EL MECHUDO: LA LEYENDA DE LA PERLA DEL DIABLO
Leyenda sudcaliforniana que desde niños es contada por padres y abuelos y que incluso se encuentra en los libros de lectura de nuestra infancia, narra los acontecimientos en torno a un buzo que es maldecido por su avaricia y que hoy en día sigue vagando en las profundidades de la bahía de La Paz en búsqueda de la perla del diablo.
La leyenda de “El Mechudo” inicia en una época en la que los placeres perleros de la bahía de La Paz se encontraban en la cumbre de su apogeo, cuando las armadas de embarcaciones perleras surcaban esta bahía en búsqueda de las mejores y más bellas perlas que el mundo hubiese conocido.
Se dice que una sola perla de belleza y tamaño adecuado podía comprar tierras y navíos, mover reinos, financiar guerras y corromper a quien la observase tan de cerca como para perderse en su reflejo.
En aquellos tiempos las armadas zarpaban llenas de buzos experimentados que sin mas que un “Sapeca” (taparrabos) se adentraban en las profundidades a extraer las madreperlas.
Cuenta la leyenda que:
Al final de cada temporada, antes de que el frío y los vientos del noroeste hicieran imposibles las maniobras de buceo, los pescadores acostumbraban a sacar una última perla “para la virgen” En cierta ocasión un buzo se disponía a tirarse por última vez al mar cuando alguien, advirtiendo el intento, le gritó:
-No bucees más. Ya tenemos la perla de la virgen.
El pescador, irónico, hizo un gesto de desdén y respondió con burla:
-Yo no voy por la perla de la virgen, voy a buscar una para el diablo.
Y se lanzó al agua.
Satanás le tomó la palabra y el pescador no reapareció ni las aguas devolvieron su cadáver. El lugar ahora es un tabú y nadie va ahí a buscar perlas. Quienes lo han hecho encontraron en el fondo al fantasma del buzo blasfemo, a quien le ha crecido una enorme cabellera y una luenga barba. Parece vivo y en sus manos sostiene una enorme concha de madreperla.
Es la perla del diablo, dicen; y cómo el fantasma lleva cabellos largos se le ha dado el nombre de El Mechudo.
Extracto de: Fernando Jordán, El otro México. 1967
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